Ricardo Escobar.
Fundador de Unidos por Chile.

¿Rechazar o Aprobar? Los caminos del cambio

Si el 30 de septiembre le hubiesen preguntado a cien chilenos elegidos al azar, qué cosa le gustaría cambiar para que Chile fuese un mejor país para la mayoría de las personas, la respuesta menos probable habría sido reemplazar la Constitución por una nueva. Desde luego poca gente sabe qué es la Constitución; muchos menos conocen sus mecanismos de distribución y contrapesos de poder; menos aún sabrían qué cosas concretamente querrían sustituir para mejorarla, y dudo que siquiera uno fuese capaz de concebir el contenido de una nueva Constitución completa que de algún modo por su virtud pudiera mejorar Chile.

Cientos de miles de personas se congregaron pacíficamente en torno a la semi destruida Plaza Italia el 25 octubre de 2019. Sin banderas de partidos políticos, sin escenario desde el que dirigentes políticos invitaran a alguna acción, sin artistas cantando canciones de protesta ¿Qué querían cambiar, por qué marchaban? ¿La señora con polera rosada que caminaba sonriente de la mano de su pequeña hija, quería lo mismo que el señor de barba canosa y jeans desgastados que tenía un letrero No + AFP, o la chiquilla del lado en la bicicleta verde con un letrero en el canastillo que decía -ABUSOS + AMOR? ¿Alguien podría con alguna seriedad atribuirse la representación de los deseos de ese millón de chilenos?

En el medio de la barbarie desatada, apoyada por líderes de partidos históricamente antidemocráticos, así como por sus militantes en organizaciones sindicales y sociales, con la fuerza pública reducida a actuar por presencia contra energúmenos que les lanzaban peñascos y molotov. Mientras los delincuentes destruían semáforos, parques, hoteles, pequeños negocios, y 30 años de paz, surgió el acuerdo del 15 de noviembre. El gobierno asediado, sin autoridad, los parlamentarios desprestigiados y los partidos políticos en un nivel de aprobación coincidente con el rango de error de las encuestas, buscaron una salida. Se necesitaba una señal que diera esperanza a la ciudadanía que pedía un liderazgo para salir del caos de esos días. Vino entonces el madrugado Acuerdo por la Paz Civil y una Nueva Constitución.

Convenientemente, el PC y el Frente Amplio, se restaron del acuerdo. Quedaron así en una cínica libertad, sin estar atados por un compromiso de aceptar nada del proceso y actuar como siempre han querido. La señal fue clara, se separó el mundo que entiende la democracia occidental que conocemos, de aquél que la utiliza a conveniencia y que busca en cuanto se de la oportunidad cambiarla por otra “democracia”, que según el caso se adjetiva con palabras tales como popular, directa, Bolivariana, de partido único, etc. Habían logrado su objetivo, generaron las condiciones para que apareciera la ocasión de hacer un cambio político de magnitud en el cual pudiesen influir decisivamente, no con su peso político popular, ya que su votación y apoyo es mínimo, sino por la posibilidad de usar los otros medios: la fuerza bruta, bien sea esta física o de redes sociales. El temor consiguiente y la falta de fuerza pública del Estado les dieron el platillo que llevaban años esperando comer. Pasaron los mensajes con efectividad militar: una diputada filtró a redes sociales los números de teléfonos de parlamentarios que no aprobaron un proyecto de su grupo; un diputado aplaudió los atentados con fuego a Carabineros en Antofagasta, dirigentes sindicales llegaron con ojos parchados a la Moneda. El que se cruzase en su camino sufriría el escarnio y la violencia. Directo y claro.

El acuerdo de noviembre, no obstante sus deficiencias, tenía claridad en lo central. La clase política, dado el estado de ruptura social provocado, diseñó un plan para tener la oportunidad de generar acuerdos amplios, que tuviesen legitimidad. Un tiempo y un camino para volver a generar poder político suficiente que permitiese gobernar el país, garantizar la seguridad y la paz que requiere una nación civilizada. La primera etapa de la ruta es la votación del plebiscito, una oportunidad para que los chilenos escojamos si seguir con la Constitución actual o si iniciar el camino de su sustitución en el curso de los dos años siguientes. Desde luego el acuerdo en sí mismo, así como la Constitución, nada tienen que ver con lo que querían las personas el 30 de septiembre del 2019 para mejorar Chile, ni con la multiplicidad de deseos, frustraciones, aspiraciones y emociones de quienes marcharon en Plaza Italia el 25 de octubre. Políticamente, se trataba de otra cosa, crear la oportunidad de reconstruir una mínima amistad cívica nacional, generar un acuerdo para continuar con la Constitución actual o bien con una nueva, para así recuperar la cohesión social indispensable para que un país pueda operar en forma civilizada. Y sin duda hay que aplaudir esa visión. Era necesaria, urgente, dadas las circunstancias.

Muy frustrados quedaron los que en días previos y hasta esa noche babeaban por la posibilidad de la renuncia del Presidente, asumir el poder por el camino corto y no democrático del caos.

Transcurrido el verano, tenemos dos caminos al frente, el del Apruebo o el del Rechazo. Ambos pueden llevarnos al éxito del destino buscado, esto es, un país con grandes mayorías unidas habiendo acordado un marco constitucional indiscutido. Ambos pueden fallar también, y dejarnos en la obscuridad de una ruptura social aún mayor.

Probablemente la mayor parte de los votantes del Apruebo y del Rechazo quieren un mejor Chile y piensan que ya no puede seguir evadiéndose el buscar y poner en práctica soluciones que ayuden a las personas a salir de la pobreza que aún subsiste, a mejorar la calidad de la educación pública, a asegurar mejores pensiones, a poner coto a los delincuentes y terminar con el narcotráfico, a asegurar un desarrollo económico ágil pero que cuide efectivamente el ambiente, a tener acceso oportuno a la salud. Del mismo modo, estoy seguro que unos y otros no queremos otra dictadura, sea de izquierda o de derecha. No queremos unos iluminados que, sin los acuerdos y mayorías correspondientes, por la fuerza nos digan cómo tenemos que vivir nuestras vidas. Costó dolor, muerte y tragedia recuperar la democracia, no estamos para jugar con ella.

Yo votaré rechazo. Gente a la que quiero y respeto mucho, por la pasión compartida que tenemos por Chile, su progreso y la democracia que hemos construido, votarán Apruebo. Cada uno creemos que el camino que elegimos es mejor que el otro para lo que sigue a partir de la votación del plebiscito.

¿Estamos acaso en bandos opuestos? Creo que no. Esta es la oportunidad de conversar sobre lo que sigue. Darle contenido a la discusión constitucional, es la forma de aislar y separar a quienes no tienen interés en la democracia representativa ni la sociedad libre que apreciamos. Estoy convencido que la conversación concreta y razonada sobre cambios que deben hacerse (terminar la reelección indefinida, ajustar los plazos de los períodos electorales, terminar o reducir las leyes que requieren quorum calificado, etc.) no tiene el dramatismo del cambio revolucionario con que sueñan las minorías violentistas. Gente razonable, moderada, puede acordar los cambios necesarios en uno y otro camino. Y ese es el verdadero desafío. Porque si somos capaces de llegar a ciertos acuerdos que queden políticamente comprometidos, podremos exigir que se cumplan, bien modificando la Constitución actual o bien en el texto de la nueva constitución que surja en los próximos dos años. Le cerramos así el paso a los sueños seniles sesenteros de quienes fracasaron en su juventud y ahora con su última chispa de energía quieren volver a meternos en el túnel de su inmadurez. Se lo cerramos también a quienes con soberbia energía y nula experiencia, quieren llevarnos a experimentar juveniles utopías basadas en dogmas viejos y fracasados repetidamente.

Creo que el rechazo es el camino más fácil y menos riesgoso para hacer los cambios requeridos. Es rápido, si hay acuerdos bastarían un par de meses para cambiar lo que se necesite en la Constitución. No distrae recursos ni atención y permite enfocarse sin demora en lo que de verdad querían las personas en septiembre de 2019. Evitamos pasarnos dos años en suspenso, con baja inversión, postergando el desarrollo, generando mayor frustración, tensionando a la sociedad con las herramientas de violencia con las que nos provocan cada día y la indispensable fuerza pública que se requerirá para controlarla. El camino del Apruebo me parece innecesariamente costoso y arriesgado. El del Rechazo creo que puede ser más efectivo y seguro.

Puedo estar equivocado o quizás no, nunca lo sabremos porque si llega a haber plebiscito habrá sólo un camino que deberemos recorrer. Por eso, lo importante al final es el acuerdo base entre las fuerzas democráticas. Este es el momento de liderazgo crucial. La oportunidad para rescatar la política del hoyo de su desprestigio. Desde el Sí y El No del año 88 no había habido tanta gente interesada nuevamente en el devenir político de nuestro país. Hasta septiembre la mayor parte de las personas no querían saber de política, hoy todos están interesados por lo que ocurrirá. Los que sepan aprovechar esta vitrina con grandeza, valor y generosidad, serán los vencedores. Los que creemos y defendemos la democracia representativa y responsable, los que Rechazamos y los que Aprueban, los apoyaremos en lo que viene. Llegó la hora de unirnos y actuar, y reducir a los violentistas y totalitarios a su rincón en la historia. Defendamos el plebiscito y acordemos sin demora los cambios constitucionales necesarios.


Fuente: Unidos por Chile – Este artículo se publicó en el libro “El Arcoíris del Rechazo” por la editorial del diario El Líbero. Fue escrito antes que se acordara cambiar las fechas del proceso para un posible constitucional. Antes también que el COVID 19 cambiara todo el escenario económico y político nacional y mundial. Hoy creo que en materia constitucional hay un solo camino razonable, compatible con las circunstancias de crisis pandémica: que el Ejecutivo y el Congreso acuerden unos cambios constitucionales acordados por 2/3 de los parlamentarios y los ratifiquemos sin demora en un plebiscito. Me parece que embarcarse en el proceso inicialmente previsto y ahora postergado unos meses es un suicidio histórico, una irresponsabilidad social, económica y política.