Alfredo Barriga.
Unidos por Chile.

La desigualdad no se resuelve con constituciones ni con leyes

El libro de Acemoglu y Robinson “Por qué fracasan los países: los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza” muestra qué hace que algunas naciones repartan más equitativamente su riqueza y prosperen, y qué hace que otras naciones se perpetúen en un modelo de sociedad en la que solo prosperan unos pocos. Mi conclusión después de leer el libro es que depende del tipo de sociedad que se haga producto de decisiones económicas y políticas.
 
No hay ni un solo país de América Latina y el Caribe (ALC) que sea desarrollado. Independiente de que hayan tenido gobiernos de izquierda, centro o derecha; democracias o dictaduras, repúblicas o imperios como el de Brasil. La diferencia en términos económicos a comienzos del siglo XIX entre los países recién independizados de ALC y Estados Unidos era poca. De hecho, había países de este lado del mundo que eran más ricos que las 13 colonias iniciales que fundaron Estados Unidos.

Pero a este lado del mundo todos decidimos mantener el modelo de sociedad que heredamos de España y Portugal. Para esos dos países, América era el lugar desde donde se extraían las riquezas que apuntalaban sus imperios mundiales. Había una élite que tenía, y una gran población que no tenía. Existían las llamadas “encomiendas” basadas en la explotación de recursos naturales. Los productos terminados debían comprarse en la metrópoli.
 
Cuando nos independizamos, mantuvimos el modelo. Estados Unidos apostó al desarrollo del conocimiento. Sus universidades fueron centros de investigación. Pusieron consistentemente un gran esfuerzo en crear una educación pública de calidad (aunque recientemente decayó). Aprovecharon a fondo todas las revoluciones industriales, y se convirtieron en la nación más poderosa del mundo. Después de la II guerra mundial hicieron un programa revolucionario, que fue entregar educación universitaria a todos los excombatientes. De esa iniciativa surgieron las industrias de tecnología, que fueron generando puestos de trabajo de conocimiento, con mejores sueldos que los puestos de trabajo no cualificados.
 
Los países europeos también apuntaron al desarrollo del conocimiento desde que estalló la revolución industrial. Pero fue después de dos guerras devastadoras entre ellos que apuntalaron fuertemente al desarrollo de capital humano, mejorando la calidad de sus sistemas educacionales, con resultados notables como en los casos de Alemania, Finlandia o los países nórdicos.
Los países del Asia Pacífico, después de las convulsiones de la segunda guerra mundial, también apuntaron a la creación de capital humano, desarrollando sistemas educacionales como el de Singapur. Países que no tienen la cantidad de riquezas naturales que tienen los países de ALC y que hace 50 años atrás tenían un PIB per cápita inferior a Chile hoy nos superan en todos los aspectos. Incluso países comunistas como China y Vietnam se la jugaron por el desarrollo de capital intelectual. China, Singapur y Corea del Sur, por ejemplo, lograron colocar varias de sus Universidades entre las mejores 200 del mundo en los últimos 30 años. América Latina no tiene ni una.
 
No somos subdesarrollados económicos. Somos subdesarrollados mentales: una y otra vez la evidencia nos muestra el camino, y una y otra vez elegimos caminos erróneos, en los que las ideologías están por encima del pragmatismo. Chile, a pesar de su milagro económico – que comenzó más o menos al mismo tiempo que el de Corea del Sur – se quedó atrás. Discutimos la educación y la salud – bases del capital humano – desde una mirada ideológica, como una pugna entre sector público y privado. No nos hemos hecho cargo de que son la base del desarrollo del país, y la única vía clara y segura hacia la superación de las desigualdades.
 
Ahora, por enésima vez en nuestra historia, volvemos a buscar soluciones mágicas y de corto plazo en cuerpos legales que ignoran la verdadera esencia de lo que desarrolla a las naciones. Ponernos a redactar una nueva constitución solo agrandará la creciente distancia que nos separa de países que supieron hacerlo bien, y hoy tienen sociedades prósperas. Pero ojo, que pretender resolver los problemas de fondo con correcciones a la actual constitución y con nuevas leyes tampoco va a arreglarlos, si no está inspirado en considerar que el principal capital de Chile es su gente, y que solo el desarrollo de todo su potencial humano nos traerá una sociedad donde todos alcancen un proyecto de vida digno.

Fuente: Unidos por Chile – Febrero 2020